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martes, 24 de julio de 2007

La desdicha que fue dicha


Ayer por la mañana estaba trabajando en instinto gráfico delante de mi ordenador portátil cuando de repente se fue la luz. La ventaja del portátil es que tiene en sus entrañas una pequeña batería que según el ajetreo que le des puede durar más de dos horas. En ese sentido respiré más tranquilo, seguro, que mucha gente que ya, en ese preciso instante perdió datos, y el trabajo que había hecho desde primera hora de la mañana desapareció, (¡puff!), como por arte de birlibirolque. Espero que quien me esté leyendo ahora no sea uno de ellos.
Otra cosa que pasó es que la intensidad de luz disminuyó notablemente, pero gracias a Dios hay una gran ventana por la que entraba luz suficiente y las nubes no se paseaban altaneras por delante del sol.
Hasta aquí el grado de afectación no era trascendente. Pero ahora vienen las dos cosas que más me j_ _ _ _ _ _n. Una es que el aparato de aire acondicionado no tenía una de esas baterías que tanto se agradecen en los ordenadores, con lo que el mercurio de mi termómetro (ahora prohibido también) empezó un ascenso lento pero constante como Contador en el Tour (o como el contador de la luz, cuando hay).
Otro tema delicado es que mi router tampoco tiene pilas, con lo que me quedé sin acceso a internet. Y con calor y sin internet, ¡¿ya me dirá que hace usted?!
El caso es que me sentía profundamente desdichado porque me había quedado sin energía eléctrica y preveía un apagón también de mi mente. Brotó de mi interior el mal humor y de mi boca salieron exclamaciones irreproducibles en este mi blog. "¡Qué mala suerte tengo, cagoen!" es una de las pocas frases que puedo citar sin rubor.
Para mi era una tragedia, un drama, un horror... pero... al cabo de aproximadamente 15 minutos tras un par de amagos, la luz volvió a brillar y el acceso a la red quedó de nuevo abierto como el Puerto de la Bonaigua tras amainar un temporal de nieve. El aire emanaba frío del aparato y la sonrisa volvió a instalarse en mi rostro sonrojado. Era feliz. La radio volvió a sonar y de sus altavoces escuché que había habido un apagón casi general en Barcelona. Se contaban unas 350.000 personas afectadas y parecía que iba para largo. Pasaron las horas, fui al centro de la ciudad jugándome la vida en cada cruce donde los semáforos permanecían inmutables. Comí con unos amigos y pedí un bocata de fuet por miedo a encontrarme el gazpacho caliente y el estofado frío debido a que el microondas y el refrigerador, por lo visto, también carecen de baterías. Pasó la tarde y en los boletines informativos decían que todavía había miles de afectados. Esta mañana aun hay semáforos que no van y zonas sin electricidad en nuestra querida urbe.
En fin, que lo que para mi era una desdicha, resulta que era una dicha. Sólo estuve 15 minutos sin electricidad. Soy un afortunado.
¿Será que a los responsables (políticos o no) les faltan luces?

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